A raíz de la reciente publicación del informe PISA, Joaquín Rodríguez nos presenta este artículo en que nos muestra su visión particular del motivo por el que en España cada vez se lee menos.
Son cifras a tener en cuenta pero tras la lectura del informe la pregunta es ¿somos capaces de descubrir la fuente del problema?
Publicado por Joaquín Rodríguez el 8 octubre, 2013 en Futuros del Libro
Comienzo con una confesión, algo ruborizado: compro libros desde hace treinta años, varios días a la semana. Como a los ludópatas en los casinos, estoy tentando de dejar dicho en las librerías que no me dejen pasar. Como en algún sitio dejó igualmente dicho o escrito Fernando Savater, para qué perder el tiempo leyendo cuando podemos utilizarlo comprando libros. Sea como fuere, una de las últimas golosinas de las que me encapriché me costó 8,95 €, la Poesía completa de Borges en bolsillo, una exquisitez que era a la vez una ganga. Hace algunos años había comprado la publicación de la editorial Destino, al doble de precio y en tapa dura. A veces hago esas cosas, convenciéndome a mi mismo de que la versión de bolsillo es más manejable y cómoda de trasladar, mientras que la de tapa dura se acomoda mejor en la biblioteca. Es como tener un utilitario y un sedán de la misma marca, más o menos. Si cuento todo esto, algo sonrojado, es porque entre mis hábitos y prácticas culturales se encuentra la de adquirir libros de manera algo descomedida, la de asistir al cine y a representaciones teatrales con cierta frecuencia, la de acudir a exposiciones y museos, la de visitar ruinas arqueológicas… En fin, un conjunto de prácticas culturales bien demarcadas, por las que estoy dispuesto a gastar el dinero de que dispongo -cada vez menos-, determinadas en gran medida por mi itinerario educativo y mi recorrido profesional. No hay nada de predeterminación genética o de don gratuito de la naturaleza en ello; todo proviene de mi entorno familiar, de mi contorno escolar y del horizonte que esas influencias me delinearon (quien quiera saber más, mucho más, sobre la determinación sociocultural de nuestros hábitos y prácticas culturales, solamente tiene que consultar esa obra fundamental que es La distinción).
Los libros, en contra de todo lo que pueda argumentarse, no son caros (excepto, quizás, determinadas novedades que acabarán convirtiéndose en piezas abaratadas de bolsillo en poco tiempo). 8,95 € por toda la poesía de Borges es equivalente a una ración de calamares, cuatro desayunos en la barra de cualquier bar o medio asiento en la última grada de la fila más alta de cualquier estadio de fútbol. El problema no es tanto el precio como la predisposición a gastar algo en determinado tipo de bien. El problema no es que un libro sea supuestamente caro o barato sino, simplemente, si resulta siquiera concebible gastar unos pocos euros en lectura en lugar de hacerlo en otras prácticas más afines a nuestros gustos (estando esos gustos cumplidamente determinados por nuestra trayectoria social y cultural y la de nuestro entorno familiar).
Cuando la OCDE nos comunica, en su último informe, que la población adulta española tiene serios problemas de comprensión lectora -tanto de libros, cuyos argumentos no son capaces de seguir, como de una mera factura de la luz-, nos hemos topado con la verdad hiriente y reluciente: entre los 16 y los 65 años un 66,6% de la población adulta española presenta serios problemas de comprensión lectora, situándose entre los niveles <1 a 3 de la escala establecida por la OCDE (cuya interpretación puede encontrarse aquí). En el estudio publicado ayer por la OCDE, Skills outlook 2013, las correlaciones son aplastantes: en la página 216 del informe los resultados sugieren que “las actividades que se practican fuera del trabajo tienen una relación incluso más estrecha con las competencias evaluadas que las actividades correspondientes que se practican en el lugar de trabajo. En particular, los adultos que se implican muy poco en la lectura [...] fuera del trabajo, puntúan muy bajo en las variables evaluadas”, una correlación si se quiere de pero grullo, pero que indica quien más disposición tiene a practicar la lectura y la adquisición de libros como parte de sus prácticas culturales, más propensión tendrá a puntuar favorablemente en las escalas medidas.
¿A alguien le puede extrañar que al 70% de la población no le interese la poesía completa de Borges por 8,95 €, que ni siquiera forme parte de su imaginario, que no quepa plantear su adquisición, por muy económica que sea, como una práctica coherente con el resto de sus usos?¿A alguien le puede chocar que el gasto medio en el año 2011 en la compra de libros no de texto, en justa correlación, fuera de 22,2 €? Y, por último, ¿alguien cree que todo esto tiene que ver con la piratería y no con una deficiencia estructural aparentemente insalvable que nadie -ni administraciones públicas, ni gremios profesionales de la edición- se decide a tratar de manera estratégica y sostenida?
¿Alguien tiene alguna duda de por qué no compramos libros….?
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